jueves, 15 de enero de 2015

EL IMPERIO SUCUMBE


SUCUMBE EL IMPERIO Y … Leamos a Luis Blasio…


“.. Al salir de La Cruz, el Emperador me dio sus magníficos anteojos de campaña, que traía al costado. La caja de cuero de Rusia que los guardaba tenía encima la cifra imperial en oro y pendía de una cinta de charol.

Me ceñí al pecho aquella reliquia para mí tan preciosa, y cuando entramos a la ciudad, un oficial yanqui, de los muchos de esa nacionalidad que abundaban en las filas republicanas, me pidió los anteojos poniéndome la pistola al pecho.

No hubo más remedio que entregárselos.

Al entrar a la plaza de La Cruz, se situó el general Echagaray con algunos jefes más, a recibir a los prisioneros, que por todos lados llegaban a la plaza.

El general los hacía desmontar y entregar sus armas, que recibían los oficiales, depositándolas enseguida en el suelo; los soldados tomaban los caballos y los prisioneros eran conducidos a la iglesia.

Al llegar el Emperador se le condujo, como ya dije, a su habitación en el convento ; a mí y a los demás que formábamos parte de su comitiva se nos llevó a la iglesia.

El general Tomás Mejia, Miramón Castillo y Salín, fueron llevados á otra parte, y por orden de Escobedo. Los criados Severo, Grill y Tudos fueron puestos en libertad.

Éramos en la iglesia más de seiscientos prisioneros. Sentados unos sobre los altares, otros en los confesonarios y en las bancas, y todos, pasada ya la primera impresión, se contaban mutuamente sus aventuras.

Muchos de ellos fumaban, y uno de estos fumadores tiró distraídamente la colilla de su cigarro sobre una cartuchera llena de cartuchos, que se encontraba en el suelo.

Prodújose en el acto una explosión formidable y un pánico terrible se extendió entre todos los que estábamos allí.

La guardia que se encontraba en la puerta del templo, al ver correr a los prisioneros hacia fuera, hizo fuego sobre ellos, matando a algunos infelices e hiriendo a otros más.

Se grita en el acto, que nadie quiere fugarse, que ha sido un accidente y sólo así se evita una carnicería espantosa; pues el general que mandaba el punto ya había mandado apuntar una pieza de artillería con metralla para el interior del templo.

El General Escobedo, visita a Maximiliano en su prisión ( en el convento ) y le pregunta si quiere, que las personas que lo acompañaban, estén a su lado. .Y le dice, Escobedo, que designe a quiénes desea tener cerca de él.

El Soberano designa entonces a Pradillo; a Ormaechea, al doctor Basch, al príncipe de Salm-Salm; al coronel Guzmán y a mí.

Se nos busca por todas partes, y al presentarnos al Emperador, éste nos recibe con su triste y amable sonrisa.

— Estoy contento, nos dice, de que todo haya pasado sin derramar sangre, ….Más vale así.

La disentería que lo aquejaba se exacerba con tan violentas emociones, y se ve obligado a guardar cama, por algunos días.

Cuando volví a mi cuarto, ( en el convento ), que iba a servirme de prisión, habían desaparecido, la cama, los muebles, las cajas de conservas, y solo había por el suelo algunas botellas vacías y rotas.


COMENTARIO

Los apresados, fueron distribuidos como lo indica la lectura del libro, pero Luís Blasio, Salm Salm, que había permanecido con Maximiliano antes de la caída, vuelven a reunirse con Maximiliano. Por eso es la sorpresa, de ver que también el convento había sido saqueado y sus pertenencias personales robadas.

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